martes, 31 de enero de 2012

La falacia de la lengua propia

Por Ramón Aguiló Obrador

LA FALACIA DE LA LENGUA PROPIA LLEVAMOS con el mismo cuento unos treinta años, desde que los nacionalistas descubrieron el atajo de la lengua para fundamentar sus reivindicaciones. Mucho ha llovido desde entonces, pero sobre mojado; lo que empezó siendo una distorsión filológica manipulada políticamente por separatistas y demás cacasenos, se ha convertido en una especie de vaga certeza cultural de la que se han querido aprovechar también los partidos mayoritarios, especialmente el PSOE. La fervorosa apelación a lo nuestro y la estimulante cancioncilla de la identidad han calado hondo en una sociedad desorientada que parece sentirse cómoda sólo cuando es capaz de distinguir lo propio de lo ajeno. En este meollo de miedos, odios y resentimientos, nada resulta mejor que elevar una de las dos lenguas oficiales, el catalán, a la categoría de lengua propia, blindando así legislativamente toda pretensión igualitaria que un bilingüismo real debería garantizar. Apelar a la lengua propia implica por fuerza que hay otra lengua, el castellano, que es impropia, ajena, la cual, si bien sigue siendo oficial, no puede ser tratada administrativamente de la misma manera, sobre todo cuando se trata de repartir poderes y privilegios. Lengua y territorio sellan así su destino; los defensores y albaceas de la lengua propia se consideran a la vez los propietarios de la tierra, con potestad absoluta para decidir qué se debe hablar o no en los colegios, las instituciones y los medios públicos. El concepto de lo propio siempre ha conllevado una maniobra retórica de exclusión y discriminación, ya sea para hablar de la raza o de la lengua propia de un pueblo o comunidad. Hablar de la lengua propia de las Baleares es tan falaz como afirmar que la raza propia de los alemanes es la raza aria. ¿Lo pillan sin alterarse? En esas estamos. Lo más sorprendente, no obstante, sigue siendo la complicidad de los artesanos de la lengua catalana, los escritores, entregados a esta cruzada de lo propio. Sin ir más lejos, Gabriel Janer Manila afirmaba ayer en DM que «la lengua de aquí es el catalán…Pero no niego el castellano».Menos mal, Cristóbal Serra, José Carlos Llop, Vidal Valicourt o Román Piña y demás infieles, dormirán tranquilos. Que a usted le resulta sospechoso que Manila hable tan devotamente del catalán y la propiedad pero la entera entrevista sea en castellano, vale. Seamos pero benevolentes; quizá el catalán deba utilizarse sólo en las excelsas esferas de la literatura y no en vanas entrevistas de periodiquillos. Tal sería, no obstante, un signo de su inminente defunción como lengua viva. Y eso, a pesar de lo que piensan los que nos llaman fascistas, no lo quiere nadie.

Publicado en EL Mundo , el viernes 27 de enero del 2012

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